
Para algunos parece sospechoso que secunde la desmitificación de los malos escritores, esos que los vendedores de libros nos presentan como geniales, y no se entiende muy bien la razón de mis andanadas, a pesar de que he dejado claro que, según mi punto de vista, hay algo peor que un mal escritor, y es un mal lector que no advierta la chapuza que engulle, porque tiene el espíritu crítico embotado, su capacidad de discernimiento bajo mínimos y una incomprensión lectora de analfabeto funcional.
En los novelistas que me gustan existe coherencia entre el lenguaje que usan los personajes y su caracter, su origen social, y su mundo interior. Cada personaje ha de responder de acuerdo con estas premisas y el escritor que cae en la tentación de caricaturizar o generalizar en vez de individualizar, o añadirle sus propias reacciones y sentimientos, estropea lastimosamente su creación.
Para explicar la acción y las emociones íntimas, el escritor puede escoger a un narrador omnisciente, capaz de conocer y describir las emociones y motivaciones ocultas de sus criaturas, o crear un personaje que narre lo que le ha sido dado a conocer; pero, en cualquier caso, ha de cuidar que no sea trasunto del escritor y de sus opciones íntimas, porque su biografía y sus conclusiones empobrecen siempre el resultado.
Me gustan Simenon, Baroja, Dostoievski, Émile Ajar, Proust, Frank McCourt, Henry Miller, Colette, María de Zayas, Flaubert y otros muchos, porque en sus relatos describen un paisaje, unos hombres, unos diálogos y una peripecia que se amalgaman y son consecuentes con la narración. Si hay un maquinista de un tren habla como tal, y no como un aficionado a la historia de los ferrocarriles; el maestro rural habla de acuerdo con sus ocupaciones y preocupaciones, y no como un pedagogo de tercero de Ciencias de la Educación, un niño habla con su visión propia y no transparentando a un monstruo infantiloide, las mujeres son congéneres mías con su propia personalidad, los hombres no son caricaturas de la masculinidad, y todos tienen una personalidad definida ...
Cuando el personaje tiene una profesión, una biografía, un medio social, el relato no puede recoger las generalidades que cualquiera podría decir, sino que ha de darle volumen a un ser perfectamente individualizado. Quien escribe relatos de ficción debe tener
a) el oído de un músico para reproducir la voz de los personajes.
b) la personalidad múltiple de un esquizofrénico que le permita plasmar una lógica interna ajena a la suya
c) el sadismo de un descuartizador para cortar lo que no es significativo de un texto
d) la moral de un gato para no mezclar sus convicciones íntimas cuando escribe
e) la autoestima de un insecto para no dejar que el yo-me-mi-conmigo le chafe una buena historia
e) y el hábito de escribir, escribir, y escribir.
En las malas novelas todos los personajes traslucen cómo habla, cómo piensa, lo que cree y opina el autor, y lo que es peor, lo que siente.
Hace falta tener la inteligencia muy embotada para no darse cuenta de que, por ejemplo, una de las novelas más leídas y alabadas, que narra la pasión arrebatada de una mujer provinciana por un turco, no describe a una mujer sino a un homosexual con nombre y apellidos: habla como él, piensa como él, y su sensibilidad es su calco exacto. Si, además, la peripecia es un lugar común tras otro, y en vez de Turquía, cuaquiera que conozca el Albayzín granadino lo puede superponer sin perder detalle, y en la mentalidad del amante árabe está calcado el universo de los bujarrones gitanos, que el autor diga que se llama Desideria, es aragonesa, y que la acción transcurre en Turquía, a mí me parece una broma poco elaborada y no una novela. Pero que los lectores no se den cuenta de la superchería demuestra lo poco que han captado la diferencia que existe entre una mujer heterosexual, sea provinciana o cosmopolita, y un homosexual pasivo y masoquista, o lo poco que comprenden lo que leen. Y no sé qué es más lamentable.
Y como a mí no me pagan un sueldo astronómico por decir lo que no pienso, no secundo a los críticos entusiastas y a los lectores obtusos.
Gatopardo
Foto de Avigdor Arikha por Cartier Bresson
(Este artículo fue publicado en noviembre de 2005)